L
a noche en que Soledad nació, una tormenta inusual se produjo en la aldea. Su madre, que había acompañado a su padre a trabajar y volvía de despedirlo, fue tomada por sorpresa por las contracciones, que anunciaban la inminente llegada de la niña.
Un aguacero infernal bautizó a la pequeña, que nació debajo de un árbol… Su madre, que la parió agarrada de sus raíces, permaneció allí varias horas, hasta que, alarmados por su tardanza, otros vecinos llegaron para ayudarla…
En los primeros días de vida, nada anormal parecía afectar a la pequeña; sin embargo, había algo en ella, cierta vuelo de sus manos o tal vez el aroma a flores que emanaba su piel, que provocaba la angustia de su madre, a lo mejor era su manera de mirarla o esa capacidad de quietud que la invadía.
La alarma empezó cuando la niña comenzó a ponerse de pie, lo hacía perfectamente, pero no daba ni un solo paso. Su madre, agobiada por el trabajo del hogar y sus cinco hijos, dejó muchas veces la tarea de iniciarla en las actividades propias de los niños en mano de sus hijos mayores, quienes no hacían mucho caso de ella. A veces, miraba por la ventana y la veía parada mirando jugar a sus hermanos.
A los cinco años su piel fue adquiriendo un tono verdoso, entonces Alina decidió ir a ver a las mujeres que tejían alrededor del fuego…
Varias noches asistió mirándolas desde lejos, sin atreverse a poner en palabras sus miedos más íntimos. Fue la más anciana la que le pidió que se acercara. Relató entonces, en voz baja, sus temores. A la noche siguiente, una mujer ancestral comenzó a recorrer con sus manos callosas y frías la piel cada vez más rugosa de la niña.
Inútiles eran los intentos de las tejedoras, día a día la niña se iba convirtiendo en árbol. Una noche en que el cielo amenazaba lluvia, una de las mujeres le pidió a Alina que le mostrara el árbol en donde había nacido su hija. De él tomó varias hojas y raíces, y sobre el fuego de la hoguera hizo una cocción, una pócima con la que untaron a la pequeña durante treinta noches… No fue fácil. Con algunos de los mechones del cabello de la pequeña hicieron un nido, que le ofrecieron al árbol en un extraño ritual desesperado…