Mónica Druetta

Mónica Druetta

DOCENTE Y ESCRITORA (Y AL REVÉS)

Nacida en el campo, el silencio se convirtió en amigo y la soledad desarrolló mi imaginación. Crecí acompañada por los libros e historietas que mis padres siempre pusieron al alcance de mi mano. Ya adulta me convertí en Profesora de Lengua y literatura. En el 2014 comencé a escribir cuentos, novelas, teatro y poesía. He recibido premios y menciones, sin embargo poder publicar mi libro “Girasoles Azules” fue el detonador para nuevos desafíos. Lectora voraz e implacable siempre voy por más historias, así me convertí en “Hacedora de historias”, el prólogo de un libro no editado pero escrito con alma de mujer.

Con alma de árbol

RELATO FINALISTA

1er Concurso "Relatos en femenino"

L

a noche en que Soledad nació, una tormenta inusual se produjo en la aldea. Su madre, que había acompañado a su padre a trabajar y volvía de despedirlo, fue tomada por sorpresa por las contracciones, que anunciaban la inminente llegada de la niña.

Un aguacero infernal bautizó a la pequeña, que nació debajo de un árbol… Su madre, que la parió agarrada de sus raíces, permaneció allí varias horas, hasta que, alarmados por su tardanza, otros vecinos llegaron para ayudarla…

En los primeros días de vida, nada anormal parecía afectar a la pequeña; sin embargo, había algo en ella, cierta vuelo de sus manos o tal vez el aroma a flores que emanaba su piel, que provocaba la angustia de su madre, a lo mejor era su manera de mirarla o esa capacidad de quietud que la invadía.

La alarma empezó cuando la niña comenzó a ponerse de pie, lo hacía perfectamente, pero no daba ni un solo paso. Su madre, agobiada por el trabajo del hogar y sus cinco hijos, dejó muchas veces la tarea de iniciarla en las actividades propias de los niños en mano de sus hijos mayores, quienes no hacían mucho caso de ella. A veces, miraba por la ventana y la veía parada mirando jugar a sus hermanos.

A los cinco años su piel fue adquiriendo un tono verdoso, entonces Alina decidió ir a ver a las mujeres que tejían alrededor del fuego…

Varias noches asistió mirándolas desde lejos, sin atreverse a poner en palabras sus miedos más íntimos. Fue la más anciana la que le pidió que se acercara. Relató entonces, en voz baja, sus temores. A la noche siguiente, una mujer ancestral comenzó a recorrer con sus manos callosas y frías la piel cada vez más rugosa de la niña.

Inútiles eran los intentos de las tejedoras, día a día la niña se iba convirtiendo en árbol. Una noche en que el cielo amenazaba lluvia, una de las mujeres le pidió a Alina que le mostrara el árbol en donde había nacido su hija. De él tomó varias hojas y raíces, y sobre el fuego de la hoguera hizo una cocción, una pócima con la que untaron a la pequeña durante treinta noches… No fue fácil. Con algunos de los mechones del cabello de la pequeña hicieron un nido, que le ofrecieron al árbol en un extraño ritual desesperado…

Con el tiempo, Soledad empezó a disfrutar de la vida, corría, cantaba y jugaba. De vez en cuando, sobre todo en primavera, algunos pájaros intentaban anidar en su mata de cabellos fragantes, entonces ella les hablaba y ellos levantaban el vuelo extrañados y confusos.

Mi obra

Girasoles azules

Prólogo

En una noche de verano, yo, una niña solitaria, merodeaba  por el campo tratando de atrapar luciérnagas con un frasco viejo. Cerca de la casa, a treinta o cuarenta metros, se extendía un campo de girasoles magnifico. Muchas veces había admirado ese mar amarillo, pero esa noche tenían las flores, una quietud mustia y absoluta.

La luna llena de  un enero avanzado, iluminaba la oscuridad obstinada con una fosforescencia enamorada. El silencio, cómplice natural, me obligó a detenerme expectante  y a aquietarme sentada apoyándome sobre el tronco rugoso de un eucalipto milenario. Esperé…

De repente, uno a uno, los girasoles comenzaron a erguirse y al tomar contacto con los rayos blancos, cada pétalo fue cambiando de color transformando al campo en un lago  azul y plata. El viento, ese viejo artero, sopló suavemente, y el campo de giralunas fue un océano de olas voluptuosas.  Las oí reírse con un murmullo de lluvia y supe, entonces, que había sido testigo de un acto de  seducción  perverso e inolvidable…

Pronto entendí  que nadie sale indemne de semejante  prodigio, mucho menos una niña, en el campo, en una noche de enero, tal vez es por eso, o tal vez no, que decidí inventar historias que recreen una y mil veces la maravillosa sensación de estar parada observando miles de girasoles azules.

Las hacedoras de historias

Prólogo

A las hacedoras de historias se las reconoce en el acto porque tienen los ojos llenos de palabras y la boca repleta de silencios…

A veces, cuando se reúnen, realizan rituales… por ejemplo reavivan un adjetivo y luego, luego lo saborean y disfrutan como si fuera un chocolate nuevo relleno con avellanas… En otras ocasiones deletrean en voz baja una palabra olvidada, llena de misteriosos ecos y luego ríen con la boca llena de poesía…

— Mantente lejos— le susurro…— si te descuidas expulsan alguna palabra; pero no te confíes, son espías que entran por nuestros oídos e investigan si nos emociona o entristece o agobia, inclusive si nos mata…

En época de creatividad intensa toman las palabras y las disparan una tras otra generando una balacera infernal y sorprenden y hieren… sí, lastiman reavivando viejas heridas de amores desencantados, mundos mágicos y terribles, injusticias atroces…

Entonces uno se queda pensando si estas mujeres, las hacedoras de historias, han vivido muchas vidas antes de empezar con lo propia…Y cuando las miras a los ojos buscando respuestas, tratando de desenmascararlas… ah, amigo, entonces te miran sin tapujos y te relatan un cuento único y sublime, que te atrapa para siempre… ¡oh las inventoras de historias! rebeldes y solitarias; malignas y bondadosas, no te descuides, ¡huye! Huye antes de que te toquen con las palabras… ¡las palabras! ¡Esas hechiceras, encantadoras de serpientes! ¡Huye, aún estás a tiempo!

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