En los hogares, en oficinas, en las aulas, en los parques, la arena se mete intrusa en ojos que observan indignados, horrorizados, pasmados, incrédulos al animal salvaje que se ha liberado de sus cadenas y ahora camina libre por sus calles, reclamándolas. Ojos indignados, horrorizados, incrédulos que reciben con desconcierto la mirada de otros ojos, los ojos del enemigo que los interpela desde la primera página de todos los periódicos, desde la pantalla del televisor, desde la vereda de enfrente. Ojos desafiantes, ojos sonrientes, ojos de mujer, ojos orgullosos que hablan muchos idiomas y el mismo.